En un proceso de solución de conflictos es de suma importancia que el interventor, llámese mediador, negociador o conciliador obtenga la información de las partes para entender la historia del conflicto que los llevo hasta este punto.
Como apunta atinadamente el maestro Héctor Valle, es frecuente que las partes al inicio de su discurso nunca se presenten como ofensores, casi siempre como víctimas de su contraparte, sin embargo, a medida que se avanza en el proceso de solución de conflictos surge nueva información que nos permite llenar los espacios vacíos de la historia que nos cuentan y de donde extraemos los verdaderos intereses de las partes.
Hemos hablado antes de como cada uno interpreta la realidad según las herramientas emocionales que posee, sus experiencias vividas, los sucesos que impactaron en su vida y esa interpretación tiene sentido para cada cual, por lo tanto, el mediador debe trabajar con las emociones y validarlas antes de proceder a la etapa de explorar soluciones.
Como una suerte de arqueólogo o historiador, el mediador debe llenar los espacios donde la información no es suficiente, mediante la realización de preguntas que le permitan encontrar las piezas que faltan a la historia para completarla y comprenderla y de ahí extraer los puntos más relevantes de coincidencia, depurar los temas menos importantes, que después de evaluarlos las mismas partes consideren que no son necesarios de tratar para después trabajar sobre una agenda de temas neutrales eliminando todo lenguaje negativo o confrontativo.
¿Y qué papel juegan en este rompecabezas las emociones? ¿El lenguaje no verbal y los silencios? Para un mediador experimentado, el correcto análisis de estos aspectos subjetivos y la validación de las emociones expresadas por las partes, el ayudarles a poder expresar algo que por virtud de una mala comunicación no han podido externar antes con quien se está en conflicto, es uno de sus principales objetivos así como llevar a las partes a este discurso “catártico” sincero, asertivo que a su vez tiene la facultad de generar la empatía de su contraparte cuando esta por fin le ha escuchado con atención gracias al ambiente de confianza generado por el mediador en el proceso de mediación.
Y contrario a lo que pudiera pensarse sobre estos momentos de emociones intensas que se gestionan, para un mediador de vocación es una enorme satisfacción el ver como mediante su apropiada intervención y acompañamiento, se transforma una realidad conflictiva en un espacio de diálogo armónico y productivo que se traduce a su vez en acuerdos para solucionar.
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