Gracias a que nuestro cerebro generaliza sabemos que, si ponemos la mano en la estufa que está encendida, nos quemamos; esto se debe a que muy probablemente hubo una experiencia anterior y el cerebro cada que registra situaciones similares, nos alerta para protegernos. Este proceso nos es útil para evitar cometer los mismos errores o repetir incidentes adversos.
Eliminar aspectos de nuestra experiencia le permite a nuestro cerebro jerarquizar la importancia de los acontecimientos. Por ejemplo, en un auditorio repleto de gente una madre prestará especial atención a la actuación de su hijo en una obra de teatro, aunque esté acompañado por todos sus compañeros de clase, evitando distractores.
Sin embargo, nuestro cerebro también es capaz de distorsionar una experiencia para darle el significado que nos favorece más y es por lo que en ocasiones generalizamos y somos imprecisos en la comunicación. Porque nos hace sentido, nos es útil y creemos que respalda nuestra perspectiva.
A menudo en los conflictos que enfrentamos, nos topamos con personas que nos hacen sentir tratadas injustamente debido a que utilizan este estilo de comunicación donde son frecuentes las generalizaciones o se acostumbran imprecisas con sus quejas o molestias.
Expresiones como: “Todas las personas de color son delincuentes”, “Todas las mujeres son dramáticas” “Todos los hombres son infieles”, “usted siempre queda mal”, “Siempre me das la espalda cuando te necesito”, “Nunca haces nada bien”, son como “latigazos” que lesionan gravemente las relaciones y que con el tiempo producen fracturas difíciles de reparar. Es importante aprender a comunicar nuestra inconformidad asertivamente y evitar utilizar frases que cierren la comunicación y se perciban injustas y agresivas.

Cuando nos son adjudicadas determinadas conductas y se nos estereotipa, solemos tratar de defendernos y contraatacar con el afán de ganar el argumento y esto no solo no resuelve el conflicto inicial, sino que lo escala y da lugar a una brecha aún mayor en la comunicación y lo que es peor, en la relación.
Y qué decir de las imprecisiones. Cuando los reclamos son inexactos, vagos, frívolos y no obedecen a circunstancias claras y bien determinadas puede llegar a ser muy frustrante para quien los recibe, porque puede perderse en tratar de entender a que se refiere el quejoso y cual es su necesidad. Ejemplos de esto podría ser cuando alguien dice:
“Ya te había dicho que saldría con mis amigos, nunca pones atención”, (¿Cuándo me dijiste?)
Precisar: El jueves a la hora de la comida, te comenté que hoy saldría con mis amigos, pensé que lo habías registrado.
“¿De qué te sorprendes? esto se veía venir”, (¿por qué se veía venir, de que me perdí? ¿A qué no le puse atención?)
Precisar: “Hablamos antes de lo que estaba sucediendo incluso fuimos a consejería en tres ocasiones, la separación era inminente.”
“Han sido muchas veces que te he dicho como hagas las cosas” (¿Cuándo?, ¿Qué cosas? al menos di una vez)
Precisar:” La semana pasada te expliqué en mi oficina cómo se resguardaban los archivos, te pregunté también si tenías dudas y me dijiste que no”.
Afortunadamente este tipo de comunicación a la que le llaman asertiva en inteligencia emocional se puede adquirir primeramente estando conscientes de que tenemos esa deficiencia y practicar hasta que se haga natural en nosotros el poder expresar con eficacia nuestras necesidades.
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